Un descorazonado confinamiento
- Andrea de los Santos Subiño
- 22 dic 2021
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 29 dic 2021
Nadie será capaz de olvidar la epidemia que golpeó al año 2020 y hoy, casi dos años después de su llegada, Ventana Andaluza rememora aquel momento tan duro en el que España se detuvo

Era un día cualquiera, sobre las 20:00 horas de un 12 de marzo, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez daba un comunicado nacional de máxima urgencia: “se decreta el Estado de Alarma en nuestro país, España, durante los próximos 15 días”.
Dentro del desconcierto del anunciado y desconocido por todos confinamiento nacional, la incertidumbre, y un poco el miedo ocasionado por un virus que estaba atacando a la población mundial de forma cada vez más agresiva, el hashtag #yomequedoencasa se haría eco en millones de hogares, donde lo único que quedaba era aguardar en casa, confiando en que de algún modo la epidemia se frenara. Lo que nadie sabía era que los 15 días se convertirían en casi 3 meses de aislamiento, que los abrazos a nuestros familiares y más cercanos se reducirían a saludos con la mano al corazón, que un paseo tenía que ir acompañado de mascarilla y gel desinfectante...
Todo empezó en la ciudad de Wuhan, China. Se rumoreaba que a causa de un murciélago se estaba expandiendo un virus, que tenía síntomas similares al de un resfriado. Pocas eran las bromas y las burlas que se veían en redes sociales, viendo tan lejano la llegada del virus como el propio país de China. Sin embargo, a no más de un mes de la aparición del nuevo virus, llegó a Europa, cobrándose la primera muerte del continente.
Recuerdo el nivel de ignorancia al que podíamos llegar en aquel entonces, aún en febrero ya había casos en España pero la situación se vivía desde el desconocimiento, la vida seguía su curso. De repente era rara la sensación de ver a algún precavido con mascarilla, sin duda todos los ojos se le echaban encima. “¡Qué exagerado, si esto no será más que un resfriado!”, pensábamos todos.

Aún así, el confinamiento fue inminente. No olvidaré aquella tarde cuando se decretó el Estado de Alarma Nacional, estaba con mis compañeras de piso en Sevilla, acabamos abrazadas sabiendo que no nos íbamos a volver a ver en un tiempo. “15 días no son suficientes para salir de esto”, dijo Anabel, compañera de piso. Lo que no muchos sabían era que María, mi otra compañera de piso, también era mi pareja, mi compañera de vida. Esto suponía pasar de vivir juntas a estar a 500km de distancia (porque vive en Almería, y yo en Cádiz), durante no sabíamos cuanto tiempo, y eso nos rompía.
Ya es domingo 15, un día antes de que un descorazonado confinamiento comenzase. Las noches anteriores llamaba a mi familia para transmitirles algo de calma, ya que veía montones de vídeos de la gente comprando en los supermercados como si se acabase el mundo y era consciente de que eso eran focos de contagio. La situación empezaba a complicarse.
“¿Qué me llevo?”, no sabía que era necesario, todos nos íbamos con la esperanza de volver realmente en 15 días. Vacié la nevera, recuerdo llevarme hasta las pilas que tenía en un
paquete, pensando en que si se gastaban las pilas en casa, evitar bajar a comprar de este modo. Qué cosas, estaba realmente asustada.
En coche, de camino a Cádiz se veían las transitadas calles de Sevilla como si fueran barrios fantasmas. Tan solo podían verse a lo lejos personas que sacaban a pasear a sus perros. El silencio que aquella sensación me transmitió fue desolador, realmente estábamos atravesando una epidemia mundial y esto aún no había ni empezado.
Las normas eran salir para lo estrictamente necesario, urgencias sanitarias, trabajos esenciales (por lo que casi todo el país se quedó parado y comenzó la avalancha de ERTES), y compras al supermercado para comprar, insistieron, lo necesario. No valía salir para comprar tabaco, acercarte a por una cerveza y de paso me llevo de paseo al perro a más de un kilómetro de distancia de mi casa, para que así la salida estrictamente necesaria fuese de un par de horitas y el día se hiciese más ameno. Pero la realidad es que muchos lo hicieron, a pesar de que la policía cautelara las calles. Sin embargo, por mucho que hubiese algún que otro irresponsable, el país se encontraba consternado.

Cuando llegué a casa mi madre rebosaba de ternura, y de miedo. “Dúchate, que desinfecto la maleta y echo a lavar la ropa”, me dijo sin apenas darme un abrazo, ni besos. En Sevilla había más casos que en Cádiz, y sobre todo que en El Puerto, que es mi ciudad. Durante las primeras semanas no mantuvimos apenas contacto, todo lo que se puede conviviendo. Usábamos un vaso para cada uno y un mismo plato para todas las comidas que íbamos lavando, así no mezclábamos los cubiertos, cada dos por tres nos lavábamos las manos también, toda precaución era poca aún estando en casa. Nos turnábamos para salir a hacer la compra cada día, y para tirar la basura. Así podíamos ver un poco el sol.
Mis padres se quedaron parados, sin ERTES por no estar fijos, por lo que la preocupación de salir adelante aún era mayor: “a ver qué pasa con el trabajo cuando termine todo esto, estoy intranquilo”, no paraba de decir mi padre cada día.
La primera noche no fui capaz de llamar a María, verla tan lejos y no saber hasta cuándo sería la próxima vez, me daba tristeza. Pero con el tiempo, la única forma que teníamos eran las videollamadas, que llenaban de alegría nuestras vidas en aquel momento. “Con qué poco nos conformamos, ahora que no podemos hacer otra cosa”, decía ella. Esa forma de vernos telemática era la que mantenía viva una llama en la esperanza de todos nosotros. Cada día llamábamos a nuestros familiares y echábamos las horas atrás, cada uno contando algo poco nuevo de lo que hacer cada día.
Después de un mes y medio de confinamiento, empezamos a buscarle la cara buena a la situación. Desde mi experiencia, el tiempo que invertía en llevar la Universidad online adelante era lo que más tiempo me ocupaba del día, pero me saturaba. Además, me apunté a un curso para obtener el B1 de inglés, el cual también pusieron online tras la declaración de Estado de Alarma. Entre una cosa y otra, cada día tenía mil cosas que hacer, pero los días eran eternamente largos.
Sin esperarlo, España se unió a las 20:00 horas de la tarde para aplaudir al unísono en nuestras ventanas, en homenaje a aquellos sanitarios que estaban salvando miles de vidas diariamente. Esto ocurría todos los días, convirtiéndose en los mejores cinco minutos del día, donde sacábamos las bocinas, los micrófonos y de balcón a balcón se montaba lo que para nosotros era una fiesta en aquel entonces. La canción de Resistiré se convirtió en el himno de 2020, diría yo. El eco de su letra podía retumbar en todo el país, a la misma hora, durante todos los días que duró el confinamiento. Esa era la España que podía ser invencible, la que resistía y no se hundía. De hecho, muchos cantantes se unieron a la causa desde sus terrazas.
Balcones durante el confinamiento. Fuente: Agencia EFE.
Para entonces, el balcón era el lugar de ocio. Comenzaron a aparecer vídeos que se hacían virales, donde se podía apreciar el arte y la gracia, y sobre todo las ganas de vivir de cada uno. ¿Nos quedamos sin feria?, pues todo el barrio llenando de farolillos las ventanas, saliendo a las 20:00 de la tarde a aplaudir con un mantón, un abanico y un puro; y el que pudiera, con un buen vino de manzanilla. El día que no, el que la tenía, sacaba una mesa de mezclas y luces que alumbraban los bloques vecinos; parecía que estábamos en Tomorrowland, echándonos unas risas y sacando los mejores vídeos y momentos de lo que era, la etapa más trágica de nuestras vidas. “La hora del aplauso es lo que me da vida ahora”, dijo mi abuela, que se encontraba en casa atemorizada al ver que los mayores estaban siendo los más afectados por la pandemia. Esto era un chute de energía que era necesario para nuestra salud mental.
Pasatiempos. Como todos sabemos, teníamos mucho tiempo libre. Me dedicaba en él a jugar a las cartas con mis padres, para pasar las horas muertas. “El que pierda friega”, siempre apostaba mi padre. Cualquier excusa era buena para encontrar una distracción. Netflix, HBO, Amazon Prime... todas las plataformas donde hubiesen películas nuevas y series se convertían en un gran aliado.

La vida sana pasó a ser un reto para todos. La entrenadora Patry Jordan, como muchos otros, gracias a las sesiones que ofrecía tanto en directo como a través de YouTube, puso en forma a mucha gente. Entre todos ellos, estaba yo. Todos los días a las 18:00 horas comenzábamos con una sesión de 30 minutos de cardio, luego hacía ejercicios que venían en un calendario que colgó la entrenadora en su plataforma, y antes de terminar, hacía unos 15 minutos de bicicleta estática. Así echaba abajo las palomitas y el chocolate de la película que había visto antes.
Eran muy frecuentes las videollamadas con amigos o familiares. Esos ratos que nos quitaban de la cabeza lo que estaba ocurriendo fuera, aunque siempre acabase saliendo el tema: “Está fatal la cosa, pero espero que podamos vernos pronto para tomar unas cervecitas”, decía mi amiga Paula. Entre una cosa y otra, en vista de que el asunto iba para largo, empezábamos a tomarnos las cervezas a través de la pantalla.
Tengo aún muy presente aquellas llamadas con María hasta las tantas de la madrugada, donde el tiempo pasaba rápido pero no lo suficiente como para saber cuándo íbamos a volver a nuestras vidas. “Ya queda menos, eso seguro”, siempre decía esperanzadora cada día que pasaba. Hacíamos sesiones de concierto de unas 20 canciones por lo menos, cantando y bailando a través de la dichosa pantalla del teléfono, como si estuviéramos en uno de ellos de verdad. De hecho, muchos cantantes prestigiosos ofrecían conciertos en directo por medio de redes sociales, para ayudar a hacer esa etapa en casa más amena, y supongo, que ellos así también lo lograrían en las suyas.

La verdad era otra muy distinta, la que veíamos en las noticias, las cuales incluso dejamos de ver un tiempo pasado, porque todo eran malos números. La crisis sanitaria arrasó sin precedente a todas las instituciones habidas y por haber, los hospitales se encontraron colapsados, sin medios a los que hacer frente al virus sin tener la posibilidad de contagiarse. Un año después tengo imágenes en mi cabeza, telediarios donde los titulares eran: “el número de muertes sigue ascendiendo, 1.247 más en las últimas 24 horas”. Fue aterrador.
Cuando alcanzamos el pico, de una manera asombrosa las cifras empezaron a caer, los titulares ya no eran tan alarmantes y las instituciones políticas ya planeaban una desescalada progresiva para reactivar la economía del país. En ese momento ya veíamos la luz al final del túnel. Lo que sí ocurrió fue que implantaron horarios para permitir salir a hacer deporte y poco más, y de repente todo el mundo era aficionado, sacaron sus mejores chándales y salieron a la calle a fingir que el deporte era apasionante. Todo por un poco de aire fresco, no les juzgo. Pero todo ello llevó a mucha controversia, y a una complicada desescalada en todas sus fases: apertura de comercios, horarios, limitaciones, irresponsabilidad ciudadana, etc.
En verano pudimos salir, ver a nuestros seres queridos, pero cuidando todavía de los mayores, que son los que más han sufrido esta pandemia. Porfín pude ver a María, fui en coche a darle una sorpresa a Almería en cuanto las restricciones lo permitieron. Desde entonces el tiempo ha acelerado su paso, pero las medidas no nos abandonan, aún no hemos podido cantar victoria.
La nueva normalidad aún nos acompaña: el uso de mascarillas, gel desinfectante, distancias de 2 metros, reuniones con personal limitado, etc. Todo depende del nivel de riesgo en el que se encuentren nuestras ciudades. Al fin y al cabo, habrá que empezar a vivir con ello. Lo que sí sabemos es que quedará grabado en nuestra memoria, y será algo que contar a nuestros hijos.
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