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El Arropiero, preso de una identidad cruel, malvada y perversa

  • Foto del escritor: Andrea de los Santos Subiño
    Andrea de los Santos Subiño
  • 22 dic 2021
  • 10 Min. de lectura

Actualizado: 29 dic 2021

La historia de Manuel Delgado Villegas, más conocido como el mayor asesino en serie de la historia de España, revive en Ventana Andaluza después de más de 50 años
Manuel Delgado Villegas. Fuente: Criminalia

Una infancia difícil, una genética especial y una crueldad extrema convergieron en un malvado que expiró en el olvido. Esta es la historia de Manuel Delgado Villegas, alias El Arropiero. Un 'loco' con una fuerza sobrenatural y con sentido del mal. A pesar de que la mayoría de la población joven española no lo conozca, Manuel Delgado era en los 70 un psicópata que hacía su vida normal (incluso de manera infantil). Sin embargo, cuando mataba se convertía en un hombre despiadado y sin escrúpulos.


Su infancia no fue nada fácil, era disléxico e incapaz de aprender a leer y escribir, aunque asistió a la escuela. Además tenía problemas de tartamudez. Todo esto le convirtió en objeto de burlas y bromas entre sus compañeros, burlas que él enfrentaba con fuerza física. Así, lo cuenta Juan Rada en su última obra 'Grandes Casos de la Crónica Negra'.


Su padre José, se dedicaba a vender de forma ambulante arrope, un mosto cocido que toma consistencia de jarabe espeso, elaborado a base de higos cocidos, algo que los habitantes del El Puerto de Santa María recuerdan con mucho cariño. “Era un caramelo que estaba de muerte. Lo llevaba en un cesto”, así lo explica Milagros Consuegra, vecina de la localidad. Entre risas insistía: “Las calles eran de «pelotes», recuerdo que cuando iba a buscar las arropías me caía al suelo de los nervios porque salía corriendo”. Cantaba a los cuatro vientos una copla que decía «¡Arropía de Turquía! ¡Las llevo largas y retorcías! ¡Qué ricas y qué buenas, llevo mis arropías!».


Manuel lo ayudaba con el negocio, de ahí que pasara a la historia como El Arropiero. Perdió a su madre tras su nacimiento una mañana fría de 1943 en el barrio sevillano de Triana. Tras la desgracia, José envió a Manuel a vivir junto a su hermana con su abuela en Mataró, algo que no agradó para nada al futuro asesino, iniciando así una vida de delincuencia, crímenes, excesos y drogas. Su infancia traumática basada en desgracias y malos tratos pudo ser un detonante con alta probabilidad para que El Arropiero se convirtiera en una persona exenta de empatía, según relata José María Fernández, psicólogo especialista en asesinos en serie.

'El Arropiero'. Fuente: ABC


Y así comienza la historia de El Arropiero, un asesino que pasará toda su vida rodeado de misterio y crueldad, que provocaría una gran convulsión entre la ciudadanía española de los años 60 y 70. Manuel Delgado Villegas se mudó a El Puerto de Santa María (Cádiz), donde cometería dos de sus muchos asesinatos. Vecinos de la localidad afirman que tenía una mirada perturbadora, y que preferían comprar arropías cuando estaba su padre. Creaba desconfianza y en ciertas ocasiones incluso miedo. Aun así, ni la población portuense ni nadie sabía el recorrido de víctimas que Delgado Villegas ya llevaba a sus espaldas.


“El Puerto era un pueblo muy tranquilo, nadie se esperaba lo que ocurriría después”, comenta con un ápice de tristeza Gertrudis Arníz, vecina de la localidad. A pesar de tener un carácter apático y desafiante, su aspecto físico no denotaba mal aspecto. “Iba siempre con pantalones de pana, chaquetas que se llevaban por aquel entonces, camisas de cuadros... bien vestido vaya”, recuerda Milagros Sacalugas (vecina), pero con la piel erizada relata una experiencia terrorífica que no olvidaría en su vida: “Un día yo iba con dos amigas para el colegio, por la acera de enfrente de donde se ponía a vender arropías. Entonces nos quedamos mirando, y cuando se dio cuenta cogió su dedo, se lo puso en el cuello e hizo el gesto de que nos iba a matar”.


En esta ciudad la primera víctima fue Francisco Marín Ramírez, un joven amigo de Villegas que terminaría siendo asesinado mediante su famoso ‘tragantón’. Muchos expertos apuestan a que Francisco era homosexual y entre ambos había algo más que una simple amistad. Su relación terminaría el 3 de diciembre de 1970, cuando salieron a dar un paseo en moto. Al parecer, Francisco le pediría algo a Villegas que le molestó. El Arropiero se enfadó tanto que paró la moto y le dio un tragantón al joven, que perdió la respiración por momentos. Entonces, Francisco le pidió que le llevase al río para poder refrescarse. El joven recuperó la cordura y volvió a insinuarse, por lo que Villegas decidió arrojarlo por un puente. Luis Frontela; médico forense comparte que "la víctima de este primer asesinato no había muerto ahogado, sino por una asfixia mecánica en la que habría intervenido el detenido".


Francisco Valverde Macías, Guardia Civil de El Puerto de Santa María, encargado de investigar todos los asuntos escabrosos de la ciudad, recuerda, a sus más de 80 años, cada detalle de aquel suceso: “Estábamos buscando al hijo de ‘el patapocha’ conocido por ‘El lute’, entonces un pescador de El Poblado de Doña Blanca nos dijo que había desaparecido un chico. Este chico se llamaba Francisco Marín. Entonces, en principio, empezamos a buscar y el cuerpo apareció cerca del poblado de Doña Blanca, en la orilla del río, río abajo. Fuimos a por él y nos lo llevamos a la otra zona del río. Cuando llegó la ambulancia, se lo llevaron para hacerle la autopsia. Allí nos presentaron a Frontela, que estaba recién llegado a El Puerto. Para desplazar el cuerpo a la otra orilla del río, primero tuvimos que cruzarlo en barca. Lo gracioso, dentro de la situación, fue que de repente nos dimos cuenta que ninguno de nosotros sabía remar”, confiesa entre carcajadas, “y el dueño de la barca se enfadó con nosotros hasta que nos pusimos serios, nos presentamos y ya relatamos que estábamos en búsqueda del cadáver de Francisco”. Continúa, “por aquel entonces, el comisario Salvador Ortega vivía en la ciudad, y nos acompañó en este caso desde el principio”. Salvador no creía en la teoría de que había muerto por asfixia, por lo que “pidió permiso al juez que la autopsia fuese realizada por un especialista”, que en este caso fue Luis Frontela, y después de realizar la apertura de las cavidades superiores, y buscando restos se encontró con una tráquea destrozada. Pero hasta el momento, todo quedó ahí.

Luis Frontela, Francisco Valverde y Salvador Ortega recientemente. Fuente: Elaboración propia / Foto recopilada de ABC, cedida por un familiar y de Las Provincias.


El asesinato final fue en enero de 1971, también en El Puerto de Santa María, el cual pondría en el punto de mira a Villegas. El 18 de enero se denunció la desaparición de Antonia Rodríguez Relinque, una mujer de 38 años con discapacidad, conocida entre los vecinos por los motes de “Antoñita la tonta” o “la Toñi”. “En aquel momento todos los que vivíamos en el Casco Antiguo nos conocíamos, así que pronto se empezó a echar de menos a Antoñita. Todos los días veíamos como Manuel la esperaba en la esquina de su casa para recogerla. Cada día paseaban, iban al parque y podíamos ver como cuidadosamente se metían entre los arbustos. Eran pareja e iban para mantener relaciones sexuales, supongo”, narra Milagros Romero, que a la edad de 13 años vivía en una casa de vecinos en la calle Zarza, junto con su abuela y sus tías, muy cerca del hogar de Manuel Delgado.


El cuerpo sin vida de Rodríguez Relinque apareció en el campo de los hijos de Don Rafael Rioja, arrendado a Antonio Subiño Pérez, patriarca de una familia humilde y numerosa. A día de hoy, José Subiño (hijo), que vivía en el campo arrendado, rememora vagamente lo que ocurrió aquel día: “No vimos nada, pero recuerdo el coche fúnebre a la altura del cerro y a varios coches de la policía”. Sin embargo, quien sí recuerda aquella noche, sin esperar que sería algo que al cabo de los años contaría a sus nietos, es Rafael Oliva, cuñado de José Subiño. Una desdichada experiencia que se guardaría únicamente para la memoria de la familia.


Aquella noche, Rafael Oliva, se iba del campo de donde acababa de visitar a su por aquel entonces, novia, Loli Subiño. Pero se topó con una dura situación. “Me quedé esperando a que el desorden se disipara para poder salir tranquilo de allí. Incluso me froté los ojos pensando que había visto un espejismo, porque el abuelo Antonio siempre nos contaba historias de muertos que aparecían en aquel campo para asustarnos. Pero esto no era una historieta, estaba pasando de verdad”, remonta Rafael años atrás. "La Guardia Civil me tuvo allí hasta aproximadamente las cinco de la mañana. Pasé un rato horrible”, cuenta cincuenta años después, frustrado. “Me hicieron muchas preguntas. Recuerdo que me apuntaban con la linterna muy cerca de los ojos todo el tiempo. Me preguntaron todo sobre mis suegros y mi novia. Apellidos, nombres, aspecto físico, edad. Todo. Como si hubiese sido yo el que la mató, por estar por allí”, relata aún incrédulo lo que le ocurrió aquel día, con la voz rota por haberse sentido desafiado y humillado. "Casi se me olvidaba, también me dieron una bofetada porque querían que entrara de nuevo en el campo para preguntarle a mi suegro si era verdad lo que estaba contando, pero yo me negué, no quería asustarles porque sabía que estaban dormidos".


«¿Por qué no sales por la parte de atrás?», «¿de dónde viene?», «cállese, limítese a responder a lo que le preguntamos», etc. Fueron muchas las ofensivas que le lanzaron a Rafael, que sin duda tuvo la mala suerte de cruzarse en el momento equivocado, por el lugar equivocado. “Finalmente les di pena y me dejaron ir. Imagino que pronto darían con El Arropiero. Recuerdo ver a Antoñita con el cuello lleno de heridas y hematomas, pero cuando le pregunté si le había pasado algo, me respondió que eso simplemente eran caricias de su novio. Me quedé sin palabras”. Y ahí quedó todo para Rafael Oliva.

Recorte de una publicación del periódico El Caso sobre la aparición de 'Antoñita'. Fuente: Juan Rada.


Por su parte, el actual ex Guardia Civil Francisco Valverde, afirma que se hizo cargo del caso y que “no supuso un reto para ellos”. Como si fuese ayer lo que ocurrió, comienza a contar cronológicamente lo que fue para El Puerto, el golpe más duro.


“El día 18 de enero de 1971 vino un señor al cuartel, manifestando que había encontrado a una mujer muerta. Era Antonia Rodríguez Relinque”, recuerda impactado. “Ella vivía en la calle Lechería. La encontramos tendida, con unos leotardos oscuros con lo que se suponía que la habían estrangulado. Entonces llamamos al médico forense que era Frontela, y al juez. Frontela cuando la vio, dijo que era evidente que la habían matado. Entonces, empezamos a hacer averiguaciones, y dimos con que era la novia de El Arropiero”. Luego, fuimos a por él, que vivía en una posada que había en la calle Ganado, que ahora es un ambulatorio. Allí lo despertó su padre y él salió frotándose los ojos. Cuando le preguntamos por lo que estuvo haciendo aquel día, nos enseñó unas entradas del Cine Moderno, es decir, tenía ya la coartada montada. Entonces nosotros fuimos allí, para hablar con el acomodador. Le preguntamos si Manuel había estado allí porque era muy conocido en El Puerto por vender arropías. Los acomodadores dijeron que solamente fue a comprar las entradas, pero no asistió a la sesión. Una señora que estaba allí en la taquilla nos dijo lo mismo. Entonces al ser contradicción, se le hizo directamente sospechoso. Cuando fuimos a su casa nos preguntó que porqué le preguntábamos por ella. Le dijimos que apareció fallecida y queríamos saber qué había ocurrido. De sopetón comenzó a llorar y a decir “oh por favor, con lo que yo la quería”. Valverde, sin poder aguantar, se ríe irónicamente. “Hizo literalmente un paripé”.


El Puerto se quedó muy desconcertado tras esta noticia. Era una ciudad pequeña, donde tan solo se conocía el casco histórico, la calle Larga y la calle Palacios. Los familiares de ‘Antoñita’ lamentaron profundamente su muerte. De hecho, un vecino muy cercano de Manuel Delgado, Francisco González, declaró que Domingo, el hermano de la fallecida, posteriormente a lo ocurrido, “siguió con su trabajo, no estuvo mal aparentemente, llevaría la pena por dentro”. Sin embargo, los ciudadanos lo veían triste y sintieron como la madre de ‘Antoñita’ cada vez se veía más perdida. Pero no fue la única. José, el padre del autor de los asesinatos, quedó destrozado. Todos sus antiguos vecinos sostienen que quedó muy avergonzado y apenas salía a la calle para vender arropías. Cuentan que la pena que llevaba dentro le hizo enfermar.

Recorte de una publicación del periódico El Caso. Fuente: Juan Rada.


Tras este asesinato, ‘El Arropiero’ no pudo escabullirse de la justicia, llegaría su fin. Finalmente fue detenido el 21 de enero de 1971 en El Puerto de Santa María. Después de llevarlo a la comisaría y tras casi siete horas de interrogatorio, acabó confesándolo todo. Aunque en un principio sólo confesaría las muertes de Francisco Marín Ramírez y Antonia Rodríguez Relinque, Salvador Ortega y el resto del cuerpo se fueron dando cuenta del reguero de asesinatos sin resolver que había comenzado.

'El Arropiero' siendo trasladado por agentes de la Policía a la Penitenciaría Psiquiátrica Central de Madrid. Fuente: Diario de Sevilla.


Volvieron a interrogarlo por si había cometido algún delito más. Gracias a la perseverancia de Salvador Ortega, y para la sorpresa de todos, confesó que había cometido un total de 48 crímenes a lo largo de su vida, por España y el extranjero. Por tanto, el currículum de ‘El Arropiero’ se concretó en ocho muertes probadas, otras catorce investigadas y veintiséis más, confesadas. A partir de ahí, la policía bajo el mando de Ortega, empezó a recorrer un largo camino de pesquisas e investigaciones. “Manuel era un tío muy fuerte. Les daba a sus víctimas un golpe seco, en la garganta, con el revés de la mano y se acabó”, dice Salvador. “No se le tocó ni un pelo. Me encargué personalmente de eso".


Después de celebrarse el juicio y dictaminar que el procesado poseía una enajenación mental, una condena de 15 años podría volverse en una condena relativamente corta. Pero la Audiencia Nacional optó por no juzgarlo nunca, pero sí dejarlo “hasta el final de sus días en manos de especialistas psiquiátricos de instituciones penitenciarias”. Según La Vanguardia, un informe psiquiátrico firmado en Madrid el 12 de abril de 1972 lo define como “un peligro social en grado supremo”. Después de realizarle una investigación genética llegaron a la conclusión de que este asesino en serie era portador de 47 cromosomas con trisomía del par número 29, XYY, un convertido cromosoma de la violencia, denominado cromosoma de ‘Lombroso’.

Antigua portada del periódico El Caso donde aparecen varias víctimas de 'El Arropiero'. Fuente: Juan Rada.


Manuel Delgado tenía 55 años. Casi tantos como crímenes cometidos. Los psiquiátricos que le examinaron no vieron cura en él, debía estar recluido de por vida. Incluso a día de hoy, muchos expertos como José María Fernández, afirman que “el aprendizaje y el cambio para este tipo de personas es muy difícil. Habría que estudiar muy bien su personalidad para conseguir una reinserción”. Su adicción a la nicotina provocaría finalmente su muerte después de que en numerosas ocasiones tuviera que estar ingresado de urgencia en el Hospital Universitario Germans Trias i Pujol.


Así finalizaría una larga historia, la historia de Manuel Delgado Villegas, la historia de más de 48 familias, una historia cruel, malvada y perversa.


Documental inédito de 1993 de 'El Arropiero'. Fuente: RTVE

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